Tropas
de la gendarmería y de la policía, con el apoyo de grupos privados, atacaron el
‘campamento sagrado’ de El Aguará, donde casi un millar de tobas, mocovíes y
campesinos blancos originarios de corrientes, se habían refugiado como
respuesta a la tensa situación social que acarreaba la explotación de los
hacendados locales, se hallaban bailando a sus dioses y armados con
palos. Convencidos de que los dioses los protegerían de las armas de fuego
de los hombres blancos no pudieron ofrecer resistencia a los disparos dirigidos
al campamento durante cuarenta minutos, dispararon con Winchester y Mauserunos.
Los atacantes fueron 130 hombres, entre la policía y gendarmería. Entre
hombres, mujeres y niños, se calculan doscientos muertos aborígenes y algunos
campesinos blancos.
Los aborígenes y criollos reclamaban una justa retribución por la
cosecha de algodón o bien poder salir de la provincia para trabajar en los
ingenios de Salta y Jujuy, que ofrecían mejor paga. Para la versión oficial se
trató de una "sublevación indígena". Fernando Centeno, había
ordenado: "Procedan con rigor para con los sublevados".
La matanza de indígenas por la policía del Chaco
continuo en Napalpí y sus alrededores; parecía como si criminales se hubieran propuesto
eliminar a todos los que se hallaron presente en la carnicería del 19 de julio,
para que no puedan servir de testigos si viene la Comisión Investigadora de la
Cámara de Diputados.El 90 por ciento de los fusilados y empalados eran tobas y
mocovíes. Algunos muertos fueron enterrados en fosas comunes, otros sólo
quemados. Se estima que lograron escapar 38 niños. La mitad fueron entregados
como sirvientes en Quitilipi y Machagai, mientras el resto murió en el
camino.Como trofeos de guerra, los militares cortaron orejas, testículos y
penes, que luego fueron exhibidos como muestra de patriotismo en la localidad
cercana de Quitilipi.
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