La presencia de los españoles significó una gran
revolución para los indígenas: por una parte se encontraron con un nuevo y
poderoso enemigo, por el otro los españoles involuntariamente hicieron un gran
aporte a su cultura: en el siglo XVII los tobas comenzaron a utilizar el
caballo y pronto devinieron en un poderoso complejo ecuestre en el centro y sur
del Gran Chaco (Chaco Gualamba). Se volvieron hábiles jinetes pese a que su
territorio estaba en gran parte cubierto de bosques y selvas (al andar a
caballo bajo los árboles solían llevar sobre sus cabezas un cuero hábilmente
sujetado a su cuerpo, para prevenirse de las espinas de los árboles y de los
ataques de los pumas y yaguares que sorpresivamente les podían saltar desde las
ramas).
Con la adopción de la equitación pudieron extender sus correrías,
transformándose en las etnias dominantes del Chaco Central (aprovechaban los
plenilunios para cruzar con sus caballos el río Paraguay y asaltar las
poblaciones cercanas a la orilla izquierda de dicho río, actualmente en la
nación homónima). También el dominio del caballo les permitió avanzar hacia el
Chaco Austral e incluso realizar incursiones relámpago en las zonas
correspondientes al noroeste de la región pampeana. Desde sus caballos, armados
con arco y flecha cazaban no solo animales autóctonos sino el ganado vacuno de
origen europeo.
Los tobas resultaron ser una de las etnias que mayor resistencia
opusieron al intento de transculturación y usurpación del hombre blanco en la
región chaqueña, llegando en 1858 a amenazar la ciudad de Santa Fe.
Los españoles se dedicaron también a la incorporación de los
aborígenes a la religión cristiana.
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